Votar en unas elecciones
con la ley electoral vigente equivale
a arriesgar una fortuna al póker sabiendo que
la partida se juega con cartas marcadas. Sólo un suicida o alguien
tan tonto como para creer que
así la baraja puede beneficiarle, jugarían en tales condiciones.
Uno se devana los sesos
pensando entonces qué
hacer, y concluye desesperado que
las reglas quizá
cambiaran si IU y UPyD acudiesen a
las próximas elecciones generales defendiendo un programa común muy
sencillo, donde se exponga hasta el último detalle una ley electoral
que
establezca un sistema proporcional y el gobierno prometa limitarse
exclusivamente a sustituir la actual norma por ésta para convocar de
inmediato nuevas elecciones, ahora sí, limpias, y nada más. Esto, seguramente, es
imposible. Sin embargo, la política española ha alcanzado tales
cotas de aberración que
ya sólo resulta deseable lo imposible.
Naturalmente, una ley electoral justa no garantizaría una legislatura justa. Antes
al contrario, es probable que
pusiera de manifiesto sin trucos, en su verdadera y más terrible
dimensión, la infinita estupidez de los españoles. Pero acaso lo
que
con más urgencia necesitemos sea enfrentarnos de una
vez por todas a lo que
somos.
Publicado en La Opinión de Murcia, 19/9/2013.
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