7/05/2012

Algunas clases de tontos (I)


  El tonto de remate:

  Este aporta la dimensión cómica de la tragedia. La tragedia incluye una dimensión cómica; en su consumación, en vida, es tragicomedia. El tonto de remate dice gol, por ejemplo, o cualquier otra cosa que exprese ese carácter fatal, irremediable de la tontería, que fuerza a la compasión y ya no enfada, ante el cual sólo es inteligente reír.
  El frívolo lo tendría harto difícil sin esta clase de tonto.


  El frívolo:

  Se dirá que frivolidad y estulticia nada tienen que ver entre sí, e incluso que aquella requiere de cierta brillantez intelectual, puesto que el frívolo se divierte, mientras que el tonto aburre (y se aburre) mortalmente. Pero si se observa de cerca, la frivolidad más parece la forma suprema de tontería, pues una cosa es divertirse y otra muy diferente convertirlo todo en diversión.
  El frívolo cree que juega, pero no es cierto, pues ríe siempre, es decir, que, aparentemente, nunca pierde. ¿Y qué juego es ése donde no ha lugar la derrota? Quien así juega, hace trampas. En el juego se está de continuo expuesto al fracaso, más aún: tanta es la tontería del hombre, que se fracasa casi siempre. Pero esto no desmerece en absoluto al juego, cuya virtud reside en que, jugando, el hombre aprende a perder. Porque el juego no es medio, sino fin por entero. No sirve a la diversión, sino que es en sí mismo el soberano que más libre, intensa y verdaderamente hace vivir, aunque sea en perpetua vulnerabilidad ante los peligros.
  El frívolo olvida que, como advirtió Casanova, “un tonto es lo más peligroso del mundo”. Pretende sacar tajada sean cuales sean las circunstancias. A simple vista, da muestras de cierto ingenio, sin embargo, por cuanto se toma todo a broma excepto su propia diversión -que encara con patética severidad-, se halla inmerso en el trance más desesperado que pueda imaginarse. Sabiendo de la irrupción aniquiladora de la tontería, que de todo se adueña y a cada paso con mayor pujanza, actúa como si esto no encerrase un escollo para su alegría; y ríe, ríe sin parar, con una risa estrepitosa, a grandes carcajadas, deformadas las facciones del rostro, creyendo obcecado que risa y alegría son intercambiables, seguro de su superioridad.
  Pero no, la alegría no es cosa de risa. Es trágica. Y el frívolo, que tiene suficiente lucidez para ver la tragedia que encierra el dominio totalitario de la estupidez sobre la vida humana, debido al cual él ha optado por divertirse invariablemente, niega sin embargo que ello pueda suponer un problema, se niega a hacerle frente, se niega, por tanto, a perseguir la sabiduría. Tal vez intuye que entablar esa partida, jugar de veras el juego, le acarreará inexorablemente la derrota. Y esto no lo consiente el frívolo, que prefiere mil veces ahogarse entre muecas decadentes antes que asumir la tragedia, antes que arriesgarse a jugar y perder, y menos aún a perder con alegría, como esos enemigos insobornables de la tontuna que caen sin cesar entretanto el frívolo se divierte con el espectáculo, heridos de muerte ante ella, tontos obstinados en rebelarse contra su ignominiosa condición, a los que su propia tontería no les hace ninguna gracia.

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